El ejercicio de la actividad de arquitecto es, en estos tiempos de penuria económica, una tarea casi imposible de realizar; a la escasez de clientes y encargos profesionales, se une la competencia indeseable que ejercen las entidades financieras con la oferta de viviendas construidas en stock, a lo que hay que añadir las exigencias en cuanto a cumplimento de Normativas Técnicas y Urbanísticas cada vez más complejas y restrictivas (CTE, NUM, DOTSE, Ley de Prevención Ambiental, etc.…) y una baja considerable de los honorarios como consecuencia de la competencia derivada de la eliminación de las Tarifas Oficiales.
El distanciamiento que se está produciendo entre el profesional y las instituciones que han de controlar, visar, informar y otorgar los respectivos visados, informes y licencias, está asfixiando la práctica profesional.
Estas instituciones, lejos de entender que el arquitecto, en la mayoría de los casos, no es más que un profesional cualificado que pretende ganarse la vida ofreciendo a sus clientes un lugar donde vivir o desarrollar su actividad dignamente, parece que lo que prima es un obsceno afán recaudatorio que está por encima de otras consideraciones de tipo humanista que la arquitectura siempre ha tenido, de tal modo que, a la falta de trabajo e ingresos y a la reducción de honorarios, se une un incremento sustancial de los gastos que nos imponen; que van desde los gastos de visado hasta las mayores exigencias por parte de las administraciones locales y un aumento considerable de la documentación y el trabajo que ha de tener cada proyecto, y sobre todo, un cada vez mayor distanciamiento de una profesión cuyo buque insignia ha sido históricamente la humanización de los espacios públicos y privados y un trabajo profesional realizado a escala humana.
Estamos asistiendo, en estos tiempos a un vuelco en las relaciones ciudadano-estado, administrado-administración, colegiados-colegio que produce el efecto contrario al espíritu que creíamos que tenían estas instituciones; una administración se crea, entre otras funciones, pensábamos, para proteger al administrado y salvaguardar sus derechos: educación, sanidad, trabajo, vivienda digna, etc….).
Ahora parece que los ciudadanos estamos al albur de las administraciones y más concretamente de sus representantes, que nos imponen, a veces de manera arbitraria, cada día más obligaciones y menoscaban nuestros derechos, cercenando la confianza que teníamos en las instituciones y haciéndonos cada día más vulnerables, más débiles y menos libres.
Los arquitectos, por nuestra actividad, tenemos la necesidad de acudir con frecuencia a realizar consultas a muchas instituciones: Ayuntamientos, JCyL (Fomento, Urbanismo, Medio Ambiente), Colegio de Arquitectos…, y ya sea por el aumento de la cantidad y complejidad de las normativas de aplicación o por los métodos de trabajo que hoy se imponen, desde estas instituciones a los funcionarios y que nos exigen a los profesionales, la sensación que tenemos, es de acudir al ”Castillo” de Kafka, donde hay una burocracia asfixiante y nada resolutiva.
Si ya es muy desagradable esta percepción que tenemos en estos inhóspitos lugares donde el trato es muy impersonal y distante, queremos tener la esperanza de que, con el esfuerzo de todo el colectivo, al menos cuando vayamos a nuestro colegio a realizar cualquier gestión accedamos a un bello edificio lleno de luz y claridad y no a un oscuro y opaco “castillo”.
El distanciamiento que se está produciendo entre el profesional y las instituciones que han de controlar, visar, informar y otorgar los respectivos visados, informes y licencias, está asfixiando la práctica profesional.
Estas instituciones, lejos de entender que el arquitecto, en la mayoría de los casos, no es más que un profesional cualificado que pretende ganarse la vida ofreciendo a sus clientes un lugar donde vivir o desarrollar su actividad dignamente, parece que lo que prima es un obsceno afán recaudatorio que está por encima de otras consideraciones de tipo humanista que la arquitectura siempre ha tenido, de tal modo que, a la falta de trabajo e ingresos y a la reducción de honorarios, se une un incremento sustancial de los gastos que nos imponen; que van desde los gastos de visado hasta las mayores exigencias por parte de las administraciones locales y un aumento considerable de la documentación y el trabajo que ha de tener cada proyecto, y sobre todo, un cada vez mayor distanciamiento de una profesión cuyo buque insignia ha sido históricamente la humanización de los espacios públicos y privados y un trabajo profesional realizado a escala humana.
Estamos asistiendo, en estos tiempos a un vuelco en las relaciones ciudadano-estado, administrado-administración, colegiados-colegio que produce el efecto contrario al espíritu que creíamos que tenían estas instituciones; una administración se crea, entre otras funciones, pensábamos, para proteger al administrado y salvaguardar sus derechos: educación, sanidad, trabajo, vivienda digna, etc….).
Ahora parece que los ciudadanos estamos al albur de las administraciones y más concretamente de sus representantes, que nos imponen, a veces de manera arbitraria, cada día más obligaciones y menoscaban nuestros derechos, cercenando la confianza que teníamos en las instituciones y haciéndonos cada día más vulnerables, más débiles y menos libres.
Los arquitectos, por nuestra actividad, tenemos la necesidad de acudir con frecuencia a realizar consultas a muchas instituciones: Ayuntamientos, JCyL (Fomento, Urbanismo, Medio Ambiente), Colegio de Arquitectos…, y ya sea por el aumento de la cantidad y complejidad de las normativas de aplicación o por los métodos de trabajo que hoy se imponen, desde estas instituciones a los funcionarios y que nos exigen a los profesionales, la sensación que tenemos, es de acudir al ”Castillo” de Kafka, donde hay una burocracia asfixiante y nada resolutiva.
Si ya es muy desagradable esta percepción que tenemos en estos inhóspitos lugares donde el trato es muy impersonal y distante, queremos tener la esperanza de que, con el esfuerzo de todo el colectivo, al menos cuando vayamos a nuestro colegio a realizar cualquier gestión accedamos a un bello edificio lleno de luz y claridad y no a un oscuro y opaco “castillo”.